Recuerdos de Remus en una cuerda de encuentro.
Llegué a la librería un día helado de invierno y al ingresar quedé sorprendido con las luces cálidas que adornaban su pared. Todo parecía facilitar un encuentro ameno con los libros y la experiencia de Natalia, quien me ofreció un té con una voz calmada, baja, casi imperceptible. Haciendo uso de tiempos ajenos a la selva capitalina donde la acción se maximiza y desvanece, se responsabilizó por una posición ligada a la escucha y a la permanencia en la experiencia subjetiva que me angustió de entrada; como un analista que cede la palabra para que el inconsciente pulsátil se haga carne en la asociación libre.
¿Qué quieres? El che vuoi se hizo presente de entrada estribando en los años de análisis y en una práctica de significación atávica a la neurosis. Pero Natalia no buscaba dividirme, sino instalar un significante de la transferencia ligado a nuestro amor por la lectura (aunque parte de su biblioteca hubiera crecido, como flores en un campo abierto, sobre el espacio de su consulta).
Conversamos mientras mi cuerpo procuraba hallarse en esas coordenadas que lo impulsaban a abrirse, líneas extrañas a una compra usual y ajenas a la lógica de intercambio neoliberal que cercena la dimensión metafórica de la lengua. Tomamos té y hablamos. Ya no me quería ir.
En ese momento comprendí la apuesta ingente por otorgar a cada uno de sus compradores parte de su espíritu, un trozo fugaz de afecto ofrecido en tiempos en que la detención choca.
Desde aquel invierno no he dejado de pedirle libros y considerarla una amiga.